EL DESEO DEL RELOJERO CIEGO
Sinopsis: Benjamin Button es un niño que nace con una extraña enfermedad que le hace parecer físicamente tan viejo como un hombre de 80 años. Pero las cosas empeoran cuando comienza a rejuvenecer a medida que pasan los años. Benjamin Button nos arrastrará desde Nueva Orleáns hasta los más recónditos y exóticos lugares del planeta, en un intento por enfrentarse a su aciago destino y a la dudosa bendición que le ha sido otorgada.

Uno no puede dejar de maravillarse por el modo en que el extraordinario David Fincher (“Seven”, “El Club de la Lucha”, “Seven”, “Zodiac”) se redefine a sí mismo con cada nuevo largometraje que nos brinda. Ha dejado de lado el salvajismo visual y el retrato de la parte más oscura del corazón humano –con el que nos embargó en sus exitosas “Seven” (1995) y “El Club de la Lucha” (1999)–, para profundizar de un modo especial en la materia intangible que forma los sueños y temores de la mente y el corazón humanos. Partiendo de un conceptualismo ciertamente surrealista, desde esquemas marcadamente literarios –no en vano está basada en un relato corto de F. Scott Fitzgerald–, y utilizando como vehículo narrativo un mensaje epistolar que toma forma de diario, Fincher solapa el pasado y el futuro a través de un cuento imposible de tintes clásicos que llega a converger en ciertos puntos con el particular mundo de Tim Burton. Digno de Burton sería el relojero ciego, que construye un reloj que gira en sentido contrario como metáfora del tiempo que nos atrapa y nos cambia, que destruye nuestros sueños mientras nos empeñamos en construir un futuro que jamás llega, y que se erige de este modo en responsable indirecto de

Pero salvando cualquier otra distancia y comparación, “El curioso caso de Benjamin Button” es una auténtica obra de orfebrería, una compleja maquinaria que trabaja a la perfección, con cada una de sus piezas minuciosamente diseñadas, construidas y engrasadas para que funcionen bien hasta en el más mínimo detalle, como si se tratara del reloj de la estación de Nueva Orleáns, con el que comienza la narración. Puede que el mayor de sus logros, sea la solidez con que está construida toda la historia, sustentada sobre unos personajes completos y detallistas que evolucionan a cada minuto que pasa y que están espléndida y sólidamente interpretados. En ese sentido, el excelente trabajo de Eric Roth consigue despertar en el espectador el sentir hacia los personajes, convirtiéndoles en testigos en primera persona de su envejecer físico y resistencia espiritual, de sus búsquedas y desencuentros, y de todo cuanto significa el hecho –tan sencillo y complicado a la vez– de vivir nuestras propias vidas y ser testigos al mismo tiempo de las vidas de aquellos que nos rodean.
Hay que hacer una mención especial al sorprendente y realista trabajo de maquillaje –especialmente al de Brad Pitt–, así como a la comedida y cuidada interpretación de los actores, que consiguen ser consecuentes con la evolución de sus personajes y hacérnoslos de este modo creíbles. De no haber sido así, la historia habría perdido gran parte de su solidez.
La poderosa banda sonora y una excelente fotografía contribuyen, y no poco, a reforzar el aura casi mágica de cuento que transpira toda la cinta, sin que por ello abandone en ningún momento la sensación de realismo d
