FURIA DE TITANES
estreno el 31 de marzo


lunes, 20 de agosto de 2007

"CARRETERA AL INFIERNO"

NO SUBAS A DESCONOCIDOS

Sinopsis:
Jim Halsey (Zachary Knighton) y Grace Andrews (Sophia Bush) son una pareja de universitarios que se disponen a pasar unas vacaciones cuando en su camino se cruzan con un hombre que cambiará sus vidas. Al subir a John Ryder (Sean Bean) en su coche, un autostopista que parece estar en apuros, descubrirán que lo único que han hecho es ayudar a un despiadado psicópata que, no sólo les hará la vida imposible, sino que intentará implicarles en crímenes que no han com
etido.

En 1986 el realizador Robert Harmon nos sorprendió con una película que pasaría a convertirse en un auténtico film de culto, un referente indispensable a caballo entre un road movie y los thriller, un agraciado híbrido que hoy en día es considerado un punto d
e inflexión dentro de las películas del género. No se puede decir que inventara nada nuevo, pero nadie puede negar que sí lo reinventó. Es una de esas películas valoradas a posteriori, con la perspectiva cómoda que proporciona el hecho de saber qué es lo que ha ocurrido después. Y precisamente por ello, este remake que podemos disfrutar ahora en nuestras pantallas se convierte en un claro exponente de lo que esta película supuso para el cine del suspense en general.
Tras ella teníamos auténticas joyas de la serie B cuya influencia no puede ser soslayada, como es el caso de “Mad Max” (George Miller, 1979), “Las colinas tienen ojos” (Wes Craven, 1977), “La matanza de Texas” (Tobe Hooper, 1974), que quedan lejos de los road movies tradicionales del estilo de “El Salvaje” (Laszlo Bebedek, 1954), “Buscando mi destino” (Dennis Hooper, 1969) o “Bonnie and Clyde” (Arthur Penn, 1967). Sin embargo, y a pesar de sus
méritos, ninguna de ellas parece encajar con el estilo de la película que nos atañe hoy. Así pues, ¿qué tiene de especial “Carretera al Infierno?
Una de los aspectos que más llama la atención, es que sus personajes son mucho más humanos. No nos encontramos ante una mera cacería indiscriminada, ni siquiera un festival de sangre y víctimas predestinadas, como ocurría en “La matanza de Texas” o en “Las colinas tienen ojos”, sino frente a un asesino frío y calculador, inteligente, que llega a hacernos sentir miedo con su mera presencia. Se trata de Rutger Hauer en su otro gran papel (el primero fue, inevitablemente, el del replicante Blatty en “Blade Runner”). Tampoco nos proponen al héroe trágico de “Mad Max”, sino a un hombre normal y corriente obligado po
r las circunstancias. No es un héroe, sino un superviviente, interpretado con gran acierto por C. Thomas Howell, probablemente el más desafortunado de los rebelde de Coppola.
La elección del actor para interpretar a John Ryder en este remake, no fue tarea sencilla para los realizadores, aunque el nombre de Sean Bean (el impecable Boromir de la trilogía de Peter Jackson) estuvo sobre la mesa desde un primer momento. No era fácil igualar la interpretación y la profundidad psicológica de Hauer, y si hay algún actor que esté a esa altura, ese es Sean Bean, quien ha tenido la gracia de dotar de mayor inteligencia y salvajismo aún –si cabe– al villano John Ryder. El éxito de la película se sustentaba básicamente en el éxito en la elección de este personaje, y hay que decir que lo han logrado.
La mayor parte de la película sigue paso a paso la trama argumental de la original, y en muchas escenas se repiten incluso los posicionamientos de cámara y los planos, pero sin llegar a los extremos casi tediosos del remake de “Psicosis” (Gus Van Sant, 1998).
El otro gran aliciente de esta nueva versión, es sin duda alguna su crudeza, incrementada exponencialmente con respecto a la original, pero sin llegar a los extremos casi gores de “Las colinas tienen ojos” o “La matanza de Texas”.
Hay dos aspectos negativo que apuntar en esta nueva versión. El primero de ellos es la escasa solidez de los personajes protagonistas respecto al antagonista, especialmente el de Zachary Knighton como relevo de C. Thomas Howell, que no logra plantarle cara –interpretativamente hablando– ni a su compañera de reparto, Sophia Bush, ni por supuesto a Sean Bean.
El segundo punto es la falta de ritmo dramático en ciertos momentos de la cinta, que en ocasiones nos presenta secuencias un tanto fuera de lugar e incluso innecesarias, con la única pretensión de consolidar –infructuosamente– a los personajes.
Saldrán del cine con un regusto placentero a la vez que escalofriante al pensar en el personaje interpretado por Sean Bean: un hombre sin pasado, sin nombre, que disecciona fragmentos de las personalidades de las víctimas con que va sembrando su camino. Un fantasma venido de ninguna parte, que logrará aterrorizarles de verdad. Después de la película, les aseguro que no dudarán en pasar de lado cuando vean a un autostopista.

"LA ÚLTIMA LEGIÓN"

LA ÚLTIMA VERSIÓN DE EXCALIBUR

Sinopsis: Corre el año 476 de nuestra Era en Roma, cada vez más débil y más asediada por los mismos bárbaros que hasta la fecha han trabajado para ellos como mercenarios. El joven Romulus Augustus será coronado emperador por su padre Orestes (Ian Glen) bajo la protección del oficial Aurelius (Colin Firth), quien será su guardia personal. Pero la víspera de la coronación, el jefe godo
Odoacer (Peter Mullan) asedia el palacio y se hace con el control de Roma y del Imperio. Con la ayuda de Aurelius, el joven César consigue escapar, y junto a sus incondicionales buscarán el amparo de la última legión romana, asentada en la zona más septentrional del Imperio: en el Muro de Adriano, frontera que mantiene a raya a los peligrosos pictos.

Bebiendo
de las diversas fuentes artúricas, y sobre todo de la novela homónima de Valerio Massimo Manfredi, “La última legión” nos cuenta una historia a caballo entre la ficción y la realidad. Aunque por el guión han pasado diferentes guionistas, fue David Leland el responsable del texto final, quien ya había escrito los guiones para la serie “Pendragon” (también relacionada con el mito artúrico), producida por Steven Spielberg para la cadena de televisión norteamericana HBO. Raffaella De Laurentiis, su productora, puso la vista en Doug Lefler para la dirección.
No es algo nuevo que el mito artúrico sea fuente de inspiración para una película. De hecho, esta película no dista demasiado de la trama argumental básica que pudimos ver en “El Rey Arturo” (Antoine Fuqua, 2004). Y es que en los últimos años, todos los investigadores y especialistas del mito artúrico
, parecen coincidir cada vez más con que la historia ocurrió, grosso modo, como nos la cuentan en estas dos películas.
Hasta ahora, estábamos acostumbrados a la leyenda artúrica tradicional,
es decir, al mito recogido por Thomas Malory, en cuyo texto, “La Morte d’Arthur” está basado el guión de John Boorman y Rospo Pallenberg para “Excalibur” (John Boorman, 1981). El resto, a decir verdad, se reduce a dos o tres comedias para el público infantil que sólo utilizan el mito artúrico como pretexto para contar alguna desfachatez pseudocómica, como es el caso de “Un astronauta en la corte del rey Arturo” (Russ Mayberry, 1979).
“La última legión” no es una gran película, pero tiene el olor de los clásicos de aventuras, algo que las producciones de Laurentiis saben hacer muy bien desde hace años. Salvando las distancias, tiene un aire casi nostálgico que nos recuerda a “Ivanhoe” (Richard Torpe, 1952), “El Capitán Blood” (Michael Curtiz, 1935), “Robin de los Bosques” (Michael Curtiz, 1938) o “El Príncipe Valiente” (Henry Hathaway, 1954). Plagada de estereotipos argumentales que parecen que
rer apostar sobre seguro, la cinta se sustenta sobre unos personajes no menos estereotipados pero resultones, con los que el espectador se familiariza muy pronto. La sobriedad casi aséptica de Colin Firth, queda compensada por la atracción casi hipnótica de una actriz india de nombre casi impronunciable, Aishwarya Rai, y que es todo un mito en su país, además de haber sido proclamada Miss Mundo en 1994. El apoyo logístico llega de la mano del siempre fabuloso Ben Kingsley, cuya fuerza y carisma desbordan la pantalla a cada plano en que aparece.
Para los meticulosos, decir que los productores se han permitido más de una licencia histórica en lo que al atrezzo se refiere, así que no esperen una película histórica calibrada concienzudamente, ni siquiera aunque aparezca el nombre de Valerio Massimo Manfredi de por medio. El exotismo de Aishwarya Rai o de Nonso Anozie, que sólo parecen estar destinados a cumplir el cupo racial, como ya hemos visto en alguna otra producción de Laurentiis (“Conan, el destructor”, 1984), a falta de la posibilidad de incluir elfos, enanos y orcos. Q
ue quiere seguir la estela del Señor de los Anillos de Jackson, parece quedar bastante claro, especialmente en las secuencias en que cruzan los Alpes, que nos recuerdan exageradamente al Paso de Karathras, y no solo por la nieve y las montañas: tenemos a Kingsley como Gandalf, a Sangster como Frodo, y el resto de actores cumpliendo el mencionado cupo racial del grupo. El toque fantástico de la película también lo podemos apreciar gracias a la irrealidad casi fantástica de la fortaleza de Capri, una mezcla entre la Esparta de “Troya” y las fortalezas de “El Señor de los Anillos”. Respecto a los gadgets armamentísticos que utiliza la heroína, también quedan justificados por el propio exotismo de quien los lleva, al igual que la mítica Excalibur forjada a partir de un extraño metal cósmico.
Pero en el fondo, al espectador no le molesta en absoluto que se hayan tomado tantas licencias históricas. Sabemos desde el primer minuto que, lo que nos van a contar en esta cinta, es un cuento a caballo entre la realidad y la ficción. Querer medirlo con la barra del rigor histórico, es un error que no debemos cometer, máxime cuando el mito artúrico, mal que nos pese, será siempre un tema que lindará antes con la ficción que con la realidad histórica. No se trata de un estudio histórico, sino de un espectáculo de entretenimiento pensado para las grandes audiencias. Dejen de lado el ojo clínico, y disfruten de una película de aventuras a la vieja usanza. No lo lamentarán.