UN CÓCTEL PERFECTO
Sinopsis: Una nave espacial se estrella en las gélidas tierras noruegas, a principios del siglo VIII, en territorio vikingo. Su único tripulante vivo, Kainan (Jim Caviezel), se encontrará perdido en un mundo que le es del todo ajeno, en medio de unas gentes bárbaras que desconfían de él. Obligados por las circunstancias, por la masacre de un poblado rival y la misteriosa desaparición de algunos de los suyos, los vikingos se verán obligados a tener que confiar en el misterioso extranjero que viene de más allá del hielo, pues él mismo ha traído consigo una criatura monstruosa q

Con los rescoldos aún calientes de producciones de un corte similar, como fueran “Tristan & Isolda”, (Kevin Reynolds, 2006), “Beowulf” (Robert Zemeckis, 2007) o “Pathfinder, el guía del desfiladero” (Marcus Nispel, 2007), y aprovechando el tirón que las producciones de corte épico-fantástico están teniendo en los últimos años en las salas de cine de todo el mundo, el director Howard McCain nos brinda ahora una historia más que correcta, tanto en sus formas como en su contenido, que logrará entretener, impactar y dejar huella en la memoria del espectador, a pesar de lo difícil que puede llegar a ser el hecho de emular a auténticos mitos del cine de ficción, como pueden ser “El enigma de otro mundo” (Christian Nyby, 1951), “Alien, el octavo pasajero” (Ridley Scott, 1979) o “Depredador” (John McTiernan, 1987). Y lo mejor de todo, es que McCain lo hace con la que es su opera prima para la gran pantalla: conocido por sus cortos “Los pollos” y “Truman”, apenas se ha dedicado hasta el momento a hacer películas para televisión y algunos guiones para el cine.
Tal vez por ello demuestre tanto esmero en su estreno en salas, con una preocupación casi artesanal por los detalles y la factura, que le lleva hasta el extremo de no descuidar nada en absoluto, desde el guión hasta el plantel de actores, pasando por una espectacular fotografía y unos impecables decorados y vestuarios, hasta unos efectos especiales de los que hace un uso prudente que jamás raya en el abuso, y que hacen gala de una personalidad propia y definida que va más allá de los clásicos de los que bebe. Y es que no en vano se ha rodeado de un equipo de profesionales de primera fila: Patrick Tatopolous, diseñador de “Silent Hill

Lo que hay de especial en “Outlander”, no es tanto la esencia en sí de la historia –el enfrentamiento del hombre contra el monstruo–, que ya hemos visto retratada en el cine en innumerables ocasiones, sino la perspectiva desde la que se plantea: ponerse a la sombra de monstruos clásicos como el Alien, el Depredador o La Cosa, y pretender salir indemne en las insoslayables comparativas, no deja de ser una empresa harto difícil, y sin embargo lo consigue. El diseño artístico del Moorwen –nombre que se le da al monstruo, y que se inspira directamente en los Morlocks que H.G. Wells retrató en su novela de 1895 “La máquina del tiempo” y que, por cierto, también eran fotosensibles al igual que el Moorwen– posee esa peculiar mezcolanza entre el ser alienígena que pretende ser y el monstruo mitológico que parece ser, dislocado de un mundo lejano para encajar en otro mundo que se encuentra a miles de años de poder llegar a comprenderlo. Y en medio de tan ardua y admirable labor, su realizador consigue que su presencia en tierra y época vikingas entronque directamente con todos los mitos nórdicos de la bestia, que van desde el famoso Grendel del “Beowulf” hasta los ya clásicos dragones, convirtiendo así tan impensable cóctel en un puzzle perfectamente ensamblado.
Por lo que respecta al aspecto histórico del filme, hay que destacar también enormemente la gran labor realizada, desde los responsables del vestuario, maquillaje y decorados, hasta la música y la fotografía, que consiguen transportarnos a un mundo palpablemente real, lejos de las acartonadas produc

Por todo eso y más, “Outlander” satisfará las exigencias de un tipo de espectador desacostumbrado a ser sorprendido, de un tipo de espectador que ha perdido la costumbre de salir de la sala con un buen regusto en la boca, con la sensación de haber visto supurar profesionalidad en este tipo de producciones. Porque, aceptémoslo, normalmente es un tipo de cine destinado a caer en el cesto de las series B, aunque acaben convirtiéndose en auténticos “cult movies”. Y es que –esperemos que el tiempo me dé la razón– “Outlander” tiene toda la pinta de estar destinada a convertirse también en un “cult movie”.
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