FURIA DE TITANES
estreno el 31 de marzo


viernes, 3 de julio de 2009

"ARRÁSTRAME AL INFIERNO"

EL NUEVO INFIERNO DE RAIMI


Sinopsis: La vida de Christine Brown es casi digna de un cuento de hadas. A punto de triunfar en el banco para el que trabaja, y con un novio encantador y educado, parece que todo le va viento en popa... hasta que se cruza en su camino la extraña Sra. Ganush, pidiéndole por favor que autorice el aplazamiento de las mensualidades de su hipoteca. Su decisión hará que la anciana pierda su casa, y en su ánimo de venganza, la anciana le lanzará una extraña y terrorífica maldición, por la que un ser diabólico intentará arrastrar a Christine al infierno del que viene.

Al sentarme en la butaca frente a la oscuridad, dispuesto a destapar el nuevo y esperado terror de Sam Raimi, me sentí como si me hubiera adentrado de nuevo en aquellos castillos encantados de feria a los que tanto miedo les tuve de pequeño. Supongo que Raimi necesitaba aire fresco, o más bien debería decir aire enrarecido, abandonando las apacibles alturas
de Nueva York y colgar las mallas rojas y azules por un tiempo. Supongo que necesitaba volver a sus orígenes, recoger su particular caja de Pandora para desempolvarla y abrirla, en su particular ejercicio de estilo terrorífico-sarcástico, para reencontrarse, a su modo, con los orígenes del gran director que fue, es y será. Y estoy seguro de que también nosotros lo necesitábamos, tanto aquellos que recordamos con añoranza sus posesiones infernales (“Posesión infernal” en 1982, “Terroríficamente muertos” en 1987, y “El Ejército de las Tinieblas” en 1992), como quienes sólo recuerdan a Raimi por haber llevado con tanto acierto a la gran pantalla a nuestro Cabeza de Red favorito.
Pero dejando el corazón a un lado, lo cierto es que “Arrástrame al infierno” es un verdadero espectáculo audiovisual, una lección de savoir faire que supura la elegancia del terror al más puro estilo clásico, con el sarcasmo y la risa que puso de moda su director con la trilogía del maltrecho y desafortunado Ash (que interpretó Bruce Campbell, su actor fetiche). Los
puristas del cine de terror, como ya ocurriera en su momento, encontrarán tal vez excesivos los gags en los que la mezcla de terror y risa se decanta a favor de ésta última, pero lo cierto es que no podía prescindir de ese sello inconfundible que no sólo caracterizó su cine, sino que le catapultó a la fama. Para los otros, aquellos que disfrutábamos y aún lo hacemos con este tipo de cine, los guiños pueden acabar sabiendo a una posible falta de ideas, pues desprenden un tufo a guiso recalentado que no acaba de convencer (como la escena en que toda la casa palpita con la presencia del espíritu).
Estas cosas las acabaremos perdonando, si prestamos atención a la perfección con que está rodada la cinta –estilísticamente hablando–, con planos de lo más interesantes, y un sentido del ritmo y de la composición que nos mantiene pegados a la butaca con la boca abierta en una macabra media sonrisa, a la espera del siguiente giro argumental. Y en ese sentido, Raimi no llega a sorprendernos, pero no por ello deja de incluir secuencias que pretenden mante
nernos en vilo a lo largo de todo el metraje. Y todo a pesar de que la repetitiva partitura de Christopher Young, de excesivo volumen en los momentos clave, intenta infructuosamente arrancarnos respingos de terror. Tal vez lo peor de todo sea el hecho de que la línea argumental sea excesivamente esquemática, tanto que no deja lugar a la improvisación y a la sorpresa, por lo que la película acaba convirtiéndose en un surtido escaparate de bromas y sustos, de risas y locura que cuanto menos consigue darle al género un lifting fresco y vigoroso, muy de agradecer en medio del panorama del terror moderno, tan saturado de orientalismos sobados y remakes estériles.
Lo indudable, a pesar de todo, es que todos salimos ganando algo: nosotros saldremos del cine con una media sonrisa, recordando con cierto morbo tres o cuatro momentos concretos del film, y muchos más de aquel pasado de posesiones infernales. Respecto al bueno de Sam, le da un respiro, le cura de su morriña de los 80, y le permite enfocar el futuro con la mente más despejada y el bolsillo más lleno.

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