OTRO DEMONIO MÁS
Sinopsis: Para Max Truemont, éste va a ser su último trabajo. Si todo sale bien, tendrá el dinero suficiente para reabrir ese bar en la esquina que últimamente se ha convertido en su sueño. Junto a su novia Roxanne, comenzará una nueva vida en la que no habrá más robos ni secuestros. Pero este último trabajo se complicará más de lo esperado. Lo que parecía un asunto sencillo, como es raptar a un niño y pedir un rescate a cambio, se convertirá en una auténtica pesadilla de un calibre como jamás pudieran haber imaginado.
No diré nada qu

Desde que, en 1968, Roman Polanski nos sorprendiera a todos con su excelente “La Semilla del Diablo” (otro magnífico ejemplo, típicamente nuestro, de cómo destrozar todo el misterio de la cinta en los dos segundos que se tarda en leer su título), el género del terror vio inaugurado una especie de nuevo subgénero al que, con el tiempo, se irían incorporando más y más cintas con enfoques similares y resultados dispares. El ejemplo más claro de ello, fue sin lugar a dudas “La Profecía” (Richard Donner, 1976) –aquí sí acertaron con la traducción–, sin lugar a dudas la única que supo retomar la temática del Anticristo con gracia, ofreciendo no sólo

“Hellion: el Ángel Caído”, es la enésima de ellas, y precisamente por ello sufre el peso de la comparativa, que en algunos aspectos le perjudica y en otros le beneficia. Entre los primeros, se encuentran los inevitables paralelismos existentes entre el David que interpreta Blake Woodruff, y el Damien de la profecía, a saber: corte de pelo clásico, chaleco pijo de escuela privada, actitud sosa y mutismo inquietante. Estos clichés de los que ha echado mano su realizador, de un modo consabidamente torpe, nos obligan en todo momento a cotejar esta cinta con la de “La Profecía”, y a sacar nuestras inevitables conclusiones: no le llega ni a la suela de los zapatos. El propio Hendler definió su película durante una entrevista a la revista SciFiWorld: “la defino como El Rescate conoce a La Profecía”. Cómo obviar lo obvio, si incluso su propio padre no puede obviarlo. Al final, la película se convierte en una sucesión de sustos poco elaborados, seguidos de un elenco de muertes de las que el espectador ya es conocedor antes incluso de que sucedan, y cuyo único encanto reside en el modo en que van a ser llevadas a cabo. El hecho de conocer con antelación cuál va a ser el siguiente paso, provoca una ligera sensación de hastío en el espectador, cuyo único interés reside ya en ver cómo va a suceder más que en qué es lo que va a suceder.
Pero por otra parte, hay cosas novedosas en esta producción, beneficios claros que al igual que los perjuicios, no pueden ser tampoco obviados. A pesar de que el planteamiento del niño diabólico es exageradamente mimético con sus predecesores del celuloide, la ausencia de las sectas satánicas sabedoras de su existencia le confiere a la cinta una nueva dimensión en la que, a falta de la riqueza que pudiera conferirle, le obliga a resaltar aspectos que, de otro modo, jamás verían la luz. Estos aspectos son en concreto los poderes sobrenaturales de que goza el joven demonio, desde

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